Estoy acostumbrada a escribir en plan Guadiana.

Los escaparates, los mercados, los críticos, los expertos, los analistas, los colegas, incluso los amigos y la familia no suelen tomarse muy en serio aquellos trabajos que se realizan según un plan Guadiana. Pero la vida es – para casi todos- más Guadiana que Danubio.  Aunque hagamos como que no: que sólo los Danubios deben ser considerados.

Bueno. Espero que – como Guadiana que soy- ahora toque crecida en los acuíferos y demás (hablo sólo de mis posibilidades de dedicarme a escribir unos ratos continuados). Volvemos a Pop-pins. Retomando tema: ya me gustaría a mí hablar de sexo en Internet (lo anuncié hace un mes, ya, ¿alguien lo recuerda?). Seguramente no. Bueno. Pero todos estáis ya acostumbrados a interrupciones narrativas en las series de televisión (primera temporada, segunda temporada… y no pasa nada).

Iniciamos pues temporada, como si dijéramos.

En toda obra de un autor (sea como sea la obra y sea quien fuere -bueno o malo, famoso o no, inteligente o lerdo, etc o etc- el autor) pueden rastrearse sus propios invariantes que van guadianamente apareciendo. Creo que hay en el libro Las esquinas de la Luna un poema que está en armonía vibratoria con Pop-pins, y lo copio aquí. Con ello, lo dicho, nueva temporada, dentro de unos días. Repito: ya me gustaría a mí hablar de sexo en Internet.

Mientras tanto (ay, mientras tanto – que diría Lorca):

Vida de Hotel

Si fuera una película, diría que he pasado toda la vida encerrada en esa habitación de hotel y en una sola tarde, como si hubiera sido la misma procesión de veranos e inviernos golpeando sin pausa el terco filo de los acantilados del que cuelgo.

Las campanas de San Antonio sonaban sobre el mar de la isla de Ibiza. Yo contaba las olas bajo las influencias de Sartre, de Merleau-Ponty, de Cristo, de Marx. Sin pestañear. Aún no tenía tiempo acumulado y, antes de conocer a Heráclito, el mar ya me enseñó todo lo que debía saber. Por eso, desestimé después a Hegel, por tramposo: aún no tenía mi cuerpo formas de mujer y ya te habías ido.

He caminado hacia mí misma toda la larga tarde de este verano sin final a la vista. Lo que compré en los mercadillos y en las tiendas de moda ya no lo tengo. Coqueteé con la utopía de buen grado y también amé versos y a hombres que temían los desastres y que hablaban de más, hombres que no callaban ante el mar ni ante mi cuerpo. Comí versos si no había otra cosa. Como versos.

Oigo mis propios pasos acercándose a mí por el camino que conduce desde el acantilado hasta el hotel: Starway to Heaven, starway to, star, ojála que las constelaciones no tuvieran siempre etiquetas de ron y de ginebra, que no fueran mentira ni tan viejas, que fueran una cama y tu nombre y tus manos en esa habitación de la que nunca hasta hoy había salido.

Me he instalado en el faro, por fin. Por lo que haya de suceder. Ahora cuanto pienso puedo comprarlo en Internet, vale un click. Me he acostumbrado a no tener razón. Sin pestañear. Esta tarde no acabará nunca, ni el verano, ni el nivel del mar rebosará tanto como para que no respire el acantilado ni un poco la esperanza donde balancearse.

Y todavía me pregunto cómo he podido pasar toda la tarde sin un beso en los labios.

(nota: comenzado a escribir en San Antonio, Ibiza, el verano del año en que murió el dictador Franco)