(Aclaración previa: le debo un post-explicación a José Luis Gracia Mosteo: y no me olvido; será el siguiente) 

 

Posiblemente abordo la escritura más como un trabajo plástico que como una construcción meramente mental o como un hecho comunicativo. Me gusta ensuciarme durante el trabajo, como los escultores, los pintores, los aficionados al bricolaje. Me gusta fijarme en muchas cosas. Necesito ir encontrando piezas que sirvan para la elaboración de una narración. Descubrir casualidades que sin duda no deben serlo realmente. Lo que uno necesita va apareciendo delante de sus ojos precisamente en la medida en que se requiere. Esas casualidades posiblemente descubren objetos, circunstancias, pensamientos, gente, que orbitaban entorno nuestro de forma invisible, porque no necesitábamos verlos. Aparecen de repente, como teletransportados desde otra dimensión, ante nosotros y ante nuestra llamada, ante nuestra interrogación. Son respuestas. Y en mi caso elementos que incorporar o no; materiales que transformados pasan a integrarse en el proceso del trabajo de escribir, que me ayudan muchísimo a explicarme, circunstancias que -como de forma mágica- condensan y representan por si mismos lo que en mi cabeza parecen ser largas cadenas informes de palabras.

        Pop-pins, en cuanto proceso recreativo (y a pesar de todas las vicisitudes por la que ha ido pasando, desde cambios de objetivos y planteamientos, hasta las dificultades vitales últimas con que me he tropezado para acometer la escritura en sí), me está proporcionando un territorio muy cómodo de trabajo.  La novela es la que ha elegido el momento de cobrar forma escrita, después de mucho tiempo de hibernación y transformaciones a priori. Así que tengo que pensar que en vez de calificar las dificultades citadas como elementos en contra del proceso de escritura, lo lógico es contar con ellas como parte de dicho proceso, como procedimiento. Tal actitud surge de forma natural: es lo que ha sucedido, como ya he contado, con las últimas experiencias vividas en el hospital como cuidadora durante casi un mes de un familiar muy querido. De ellas parte la idea de intentar armar una estructura casi-narrativa muy flexible: a base de patas sinápticas entre los diferentes pop-pins (o capítulos, para entendernos), siempre teniendo en cuenta que las sinapsis son altamente plásticas y cambiables.

        En fin, retomando la cuestión de las casualidades aparentes, estas circunstancias personales que me han obligado a ralentizar el ritmo de escritura de la novela, apenas comenzada en firme, serían una de tales, en este caso altamente determinantes.

        Otra casualidad que me apetece referir ahora es el conocimiento por mi parte, hace unas semanas, de la realización (entre octubre de 2009 y enero de 2010) de una intervención fotográfica urbana en Barcelona a cargo de Ricard Martínez, llamada “Forats de bala”, (Arquelogía del punt de vista) y que consistió en colocar dos fotografías de Agustí Centelles [*]–reproducidas a tamaño “real”, digamos, o sea a tamaño de lo fotografiado- en el mismo lugar urbano en el que fueron obtenidas entre el 19 y el 20 de julio de 1936. Se trataba de reintroducir una escena del pasado en el paisaje actual, haciendo coincidir las coordenadas de perspectiva entre ambos. El resultado es cuando menos inquietante: una singularidad, diríamos, histórico-espacio-temporal (o  algo así).

Leí el artículo sobre «Forats de bala» en el suplemento Cultura/s justamente en los mismos días en que andaba trasteando con Google Street, en busca de imágenes actuales de algunos escenarios de mi infancia, con los que quería jugar en una parte de la novela. Al asomarme a ellos en Google Street me emocioné mucho al ver algunas calles, casas, etc, que hacía mucho que no veía. Pero también sufrí una clara decepción, pues lo que veo ahora no es realmente lo que me interesa de esos escenarios, que ya no me son vitalmente propios. Eso es lógico. Y al descubrir lo que había sido la instalación de Ricard Martínez, entendí lo que buscaba: practicar agujeros en los escenarios actuales y en ellos colocar mis imágenes del pasado. Mezclar los tiempos. Así que esta casualidad me proporcionó otra clave para abordar la escritura de algunos capítulos de Pop-pins, puesto que la instalación urbano-fotográfica no sólo se me ha adelantado (y proporcionado pistas valiosísimas) en cuanto al método, sino también en cuanto a uno de los temas que aparecerán en la novela: aquel pasado de revolución y frustación de los años treinta del siglo pasado, y que algunas generaciones de españoles heredamos como un común denominador bastante determinante de nuestra genética social  (de una u otra manera). Para preparar esa parte de la novela (que no habla de la guerra civil, sino de nosotros) he leído unos cuantos libros; particularmente referidos al movimiento anarcosindicalista en Aragón, pues en la época que me interesa tuvo un peso y protagonismo decisivo. Por eso he leído bastantes referencias acerca de Joaquín Ascaso (presidente del Consejo de Defensa de Aragón entre 1936 y 1937) y de Francisco Ascaso (de perfil en la foto, a la izquierda), primo suyo y destacado activista anarquista. Ambos aparecen en esta foto de Agustí Centelles junto a un soldado, poco antes de que Francisco Ascaso muriera de un tiro en la frente durante el asalto al cuartel de las Atarazanas.

 

       

 

 

 

 

 

 

 

 

La fotografía proviene del blog Antrópograf: Isidre Santacreu. En ella posan junto a la fotografía de Centelles los heredederos de éste y Ricard Martínez. Creo que en esta fotografía de la fotografía la instántanea tomada por Centelles en 1936 no aparece bien introducida en el espacio actual; la idea es que coincidan líneas de edificios, árboles… En Cultura/s aparecía así, y entonces se produce realmente la singularidad histórica-espacio-temporal.

 

* La obra de Agustí Centelles está de actualidad por razones no artísticas, no históricas, por razones crematísticas y políticas: http://www.google.es/search?hl=es&rlz=1W1GZEZ_es&tbs=nws%3A1&q=Agust%C3%AD+centelles+archivo&aq=f&aqi=&aql=&oq=&gs_rfai=