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La chica de ayer

Para La Barraca

 

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La Barraca

16:20 pm

Patrick decía que había venido a España para saber por qué había venido a España, durante la guerra civil del 36, su abuelo, un poeta de quien tanto le hablaba su abuela, y cuyos versos había leído muchas veces.  Para saber también por qué había venido su abuela, la periodista llamada Rose Mary Taylor. Porque, decía Patrick, sabría todo eso de alguna manera si averiguaba cómo era el país al que habían decidido venir, para jugarse el tipo, de forma bastante intempestiva. Yo estaba encantada con toda esta historia que él me contaba, pero le contestaba que realmente a mí me parecía que él había venido a España por el Mundial de Fútbol. No podía dejar que notara demasiado mi fascinación por las cosas que él me contaba. Y en todo caso, digo yo que vendría un poco por las dos cosas, por saber y por el fútbol. Siempre dije que si me lié con Patrick fue por lo que me contaba sobre su abuela periodista y su amante poeta, encontrándose en mitad de la guerra civil española. Protagonizaban la clase de historias dramáticas y totales que alimentaban mi juventud por aquel entonces. ¿Y cómo no me iba a colgar de un tipo inglés, guapo y pelirrojo, que hablaba español casi mejor que yo, que era actor, y que tenía una abuela reportera, que había estado en Zaragoza en los epílogos de la República, en la guerra civil y que se había enrollado con un poeta bajo las bombas de Franco? En la España de la Transición (“transición”, RAE 1.f.: acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto) no enamorarme de inmediato de Patrick hubiera sido sencillamente impensable, impracticable, imperdonable. De idiota.  Además yo añadía a toda esta ensalada, una empatía de colegas (yo estaba estudiando en la Escuela de Teatro, y Patrick era actor). Y también me gustó una enormidad su manera de moverse. El movimiento es un misterio. Patrick se movía como un secreto a punto de ser descubierto. Nos conocimos en Bilbao. Yo tenía familia en la ciudad e iba de vez en cuando. La selección inglesa venció allí a Francia y a Checoslovaquia: tengo que recordar (porque nuestra memoria colectiva actual es muy leve y delgada) que el Muro de Berlín aún estaba en pie en 1982, que todavía no había ocurrido la cruelísima e impensable guerra de los Balcanes ni sabíamos los mortales quién era Gorbachov. Faltaban unos meses para que ganara las elecciones en España el PSOE por primera vez. A Patrick, el 28 de octubre por la noche, cuando ganó el PSOE y Alfonso Guerra lo anunció primus inter pares por televisión, en un alarde de moderna exactitud estadística, le dije en un bar de Zaragoza -a Patrick-  que no me gustaba que el PSOE hubiera ganado por aplastante mayoría absoluta. En este país no somos nada ponderados, le expliqué. Luego le besé mucho esa noche, porque entonces estaba muy enamorada de él y muy contenta de vivir en un país que se hacía moderno y contemporáneo a toda carrera, mientras yo me echaba un novio inglés. También le besaba tanto porque Patrick me siguió hasta Zaragoza, para mi asombro y fortalecimiento de mi vanidad -qué tonta, yo no sabía nada de nada- y le besaba mucho además porque tenía miedo de que se volviera a Inglaterra, si se daba cuenta de todas las sombras, si olía las miasmas que llegaban desde atrás, desde la historia. La historia abrumadora estaba muy cerca, ni siquiera a una decena de años de distancia de nosotros, se la oía respirar sobre nuestras nucas. Hablábamos nosotros de historia y de pasado en aquel tiempo, pero no lo eran todavía. Todo el siglo veinte se materializaba ante nosotros a cada paso por las calles, exigía digestión acelerada. Nos lo habíamos perdido el siglo 20. Nos habían robado todas las referencias que por generación nos correspondían. Al siglo 20 nos  lo encontramos una mañana de golpe los hijos desclasados de millones de hombres y mujeres que habían vivido reprogramados (sindicato, municipio y familia: todo en vertical, todo mentira, todo silencio).

Me explico. Por ejemplo, yo trabajaba en una tesis sobre la Generación del 27 y el Romanticismo europeo. Yo, trabajaba yo en mi tesis. Pero esa Generación del 27 era presente, era ahora mismo. Casi nada teníamos más propio que aquella Generación emblemática para nosotros, que nos cobijaba en aquel año de 1982 en los pasillos de Filosofía, la vetusta facultad universitaria (muchos desclasados pululando por esos pasillos: los universitarios hijos de los menestrales y los obreros, el orgullo de un país decían, la Gran Filfada, pienso –(ir, o volver, al respecto hasta la parte sobre el Efecto-goma , allí intento constatar algo de esto). Digo que nos parecía más cercano a nosotros aquel pasado que una gran parte del presente, aunque algunas cosas contemporáneas y cercanas entonces sí que había, claro: Nacha Pop y otras cosas así. Pero no una referencia que nos sirviera si sólo mirábamos un poco por detrás de nosotros, algo en lo que apoyarse de manera inmediata, no encontrábamos casi nada. Un gran salto en el tiempo. Un gran agujero. No era justo, Albertina. No era mi vida. Chica de ayer. Era la tuya, Albertina. Tu vida más que la mía. Nacha Pop y Lorca, Siniestro Total y Alberti, Alaska y los Pegamoides y Dolores Ibarruri: dos orillas sobrevolando un abismo de más de medio siglo, una interferencia de larguísima sombra. Yo pensaba que si Patrick descubría esa sombra se marcharía: la sombra en este país siempre fue maldita; la sombra mató a aquel poeta inglés a quien amó Mary Taylor bajo las bombas de Franco.

 

– Eras una enamoradiza, Rose Mary Taylor.

– Bueno, un poco sí lo era, lo reconozco, Albertina. A estas alturas, qué voy a decir.

– A buenas horas, Rose Taylor. Podías haberlo pensado antes. Haberme ahorrado la vida que tuve que vivir en parte por tu culpa.

– ¡Pero es lo contrario, Albertina! Pudiste escapar en cierta forma, gracias a mí. ¡No te hagas ahora la víctima, sólo para darte importancia con Helia!

-Callaos las dos. Dejadme en paz. Aún no es vuestra hora. ¡Callad!

 

Luz. Alegría. No sombra. No más sombra, decía Ferreras, Manuel Ferreras, que hablaba en la radio a gran velocidad, supongo que para escapar de la sombra. Suena quizás demasiado alto La chica de ayer, demasiado volumen para St. James Tavern a estas horas tempranas de la tarde, un mes de Julio, 2012, veintidós. No me he puesto los auriculares. Si conecto  los cascos del portátil perderé toda referencia temporal y espacial real, St James Tavern, 2012. A veces la hipnopompia me juega malas pasadas. Y no puedo arriesgarme a que Patrick no me encuentre cuando venga a buscarme. Tengo que cuidar de él hasta el final, si es que la muerte lo es.. Mi dolor anticipado por la muerte próxima de Patrick no es mucho mayor ahora que mi dolor anticipado de 1982 por su presentida ausencia a causa de las sombras. Bien, decía (yo, ahora, 2012, pensando en 1982): Ferreras, velocidad de la palabra, acelerar el presente. La Barraca. Radio 3.

Ferreras en estéreo. Empeñado en la fusión. En el entusiasmo. Radio-teatros imposibles, más orsonwellianos que Welles: hibridación. Me gustaba la mezcla. Siempre me ha gustado la tendencia al infinito de la mezcla. No cerrar. No ocluir. Mezclar y prolongar. La Barraca se expandía en el despacho-sala de mi casa sobre los buffles-pilares, articulada por mi imaginación. Escribiendo a máquina (cinta empapada de tinta y typex) mi tesis sobre la Generación del 27 y el Romanticismo europeo. Nuestra actitud, la ilusión de la gente, en aquellos años en general era la del espíritu de La Barraca (la compañía teatral lorquiana de los años treinta del siglo veinte y también el programa de Radio3): difundir, generar actividad, generar cultura, vida (veníamos de lo seco), moverse, cultura para todos, para todos, generar, extenderse. Permeables. Lo estás haciendo muy bien, muy bien. Semen Up. Amistades peligrosas. Golpes Bajos. Golpes bajos, golpes bajos, a traición. Malos tiempos para la lírica. La lírica tendría que haber sido contagiosa.

La actitud o el clima eran los de La Barraca (la de Lorca): teatro geográficamente permeable, atravesando todas las clases sociales, radio para crecer, para ponernos al día (“era un tributo al ambulante teatrillo de García Lorca en la inhóspita España de los años 30, pero también un concepto amplio de querer estar en todo, y en todas las Españas” , afirmó años más tarde el propio Ferreras-  HYPERLINK “http://personal.telefonica.terra.es/web/alberstone/labahia/ferrerasCD/index.htm” )

 

Cosas que hacían  en La Barraca ( Radio 3):

Por ejemplo, viajar a Almería al cumplirse los cincuenta años del estreno de Bodas de sangre (ay, Federico García, llama a la guardia civil). Recuerdo. Busco. Vuelvo a escuchar la voz de un testigo real de la tragedia real en la que se inspiró Lorca para escribir. La tragedia sólo es bella en la ficción.

(Dennos teatro, por favor. Teatro para digerir. Por eso soy actriz, para poder digerir lo que duele, lo que aburre, lo que traiciona. Albertina, la mayor de las actrices: tú y la otra, la Albertina prototípica, la proustiana, la que fuiste una vez. Por el camino de las muchachas en flor, La Prisionera, Bodas de sangre.)

Oigo ahora, -aunque su voz es de 1984-, en un podcast que incluye fragmentos de La Barraca, a ese  testigo real, ya octogenario, contar que la cosa sucedió a principios de siglo 20 en lo que llamaban la Casa de la Jícara (el Cortijo del Fraile había leído yo y sigo leyendo). Paca la Coja llama él a Francisca Cañadas. La Novia la llamó Lorca. Paca la Coja, La Novia,  tenía dientes como lobos, dice el testigo todavía vivo en 1984. En 1984 también vive ella, Francisca Cañadas, aún (no morirá hasta tres años después); pero al testigo no le da empacho asegurar que ella era muy fea y que se iba a casar por “el capital”. Pero no llegó a casarse. Coja y todo y con dientes de lobo se la llevó su primo Francisco Montes Cañada, a galope tendido sobre su caballo. Les salieron al paso los parientes y mataron a Paco Montes. No mires a los ojos de la gente, siempre miente. La Barraca. Transición. Había que hacer aflorar la parte de la historia que se había quedado enterrada en los cementerios y en los paredones y en los caminos y en las cunetas y también en los ahorros confiscados, en las casas requisadas. No mires a los ojos de la gente. Golpes Bajos. Había que hacer que aflorara desde las tuberías, desde la sombra. No fue posible. Denme teatro para poder digerir. Pero no podíamos. No podíamos escapar de la realidad. No debíamos. La Barraca.

Escribe Ferreras (sobre su programa, que se hizo nuestro): Los primeros títulos de Secciones respondían a epígrafes como “Arcón de héroes, monstruos y otros mitos”, “Rincón de ensueños”, “Rutas de aventureros y caminantes”, “Los rostros de papel”, “El Falsario”, “El veneno de los clásicos”, “El álbum de oro de…” (por ahí aparecían J.M. Costa, A. Casas, Tena… de la mano ¡de Beatriz Pécker! ¡Olé!) y otros de similar ingenuidad, que daban paso lo mismo al Grupo de Folk de los Trabajadores Andaluces en el Pozo del Tío Raimundo, que a Pilar Miró ante Gary Cooper, Carlos Saura recreando la boda lorquiana, la Charanga de la Doctora, el Grupo de estudios de la Montaña Asturiana o la recreación de Fu-Manchú. Avanzando el tiempo pudimos escuchar a Jorge Grau entrevistando a Federico Fellini, a Rosa Chacel hablando de Julio Verne, a los Oskorri, a Benito Lertxundi, a José Luis Alonso o Luis Escobar, a Ignacio Sotelo… ¡Era una juerga de ingenio!.

Tecleaba yo para mi tesis que en este país los verdaderos románticos (en el sentido filosófico del término) lo fueron -a destiempo-  (como siempre en este país, enfatizaba en mi escritura) los poetas de la Generación del 27 y seguían muchos argumentos, especialmente referidos a Cernuda y otra vez a Lorca (no romántico inglés, él no): la Elegía a F.G.L.,  diseccionada comparativamente con el Adonais de Shelley, y Ferreras (medio hombre, medio radio, Frankestein en ondas) y la FUE (Federación Universitaria de Estudiantes), y pensar en la crisis económica por el petróleo, y Cesepe y Moriarti y Raúl del Pozo y Ouka Lelé y Pedro Atienza y Fernando Poblet y Almodóvar y Siniestro Total. Ya había muerto el no-abuelo Basilio. No abuelo: me daba pena no poder sentir ya pena por él. Habíamos vuelto de Londres Patrick y yo. También se me había muerto ya Albertina. Pasaba las mañanas escribiendo la tesis y las tardes ensayando alguna obra de teatro. Muchas mañanas Patrick me acariciaba los pies y me repetía que La Movida había estado muy bien pero que nosotros viviríamos mejor en Londres, que Londres era el corazón del teatro en el mundo. No quise. No podía. Luego publiqué la tesis y llamé al libro La Barraca. Qué inocente. La Trampa, tendría que haberse titulado. Ahora Picadilly, Julio 2012. En Londres, finalmente. Has tenido que ir a morirte para que te haga caso. Qué bruta. No te tardes, Patrick. No te tardes, carcelera, -podría decirme él con su ironía inglesa-, que me muero.

La chica de ayer en la Banda Sonora

Mientras avanzaba ayer por la noche en el capítulo La Barraca, iban surgiendo canciones del momento en el que se contextualiza ese capítulo. Coloqué en el grupo Pop-pins de Facebook  (http://www.facebook.com/group.php?gid=138767019467161) y en la Banda Sonora de este making on (î: ver arriba en la cabecera) la supersupersuperfamosa canción de Nacha Pop. No por extremadamente conocida y reproducida pierde su valor. Uno de los casos en el que el uso no desgasta, sino todo lo contrario. No ocurre con muchos más productos que con los culturales.  Elementos de aquellos años 80 como esta canción nunca se han difuminado de nuestro horizonte, y han pasado más de treinta años.

El capítulo de La Barraca en Pop-pins  trata de contar que precisamente ésto no había ocurrido en absoluto con la efervescencia cultural que tuvo lugar en España entre los años 20 y 30 del siglo XX. La dictadura se encargó de borrarla de toda referencia viva. La labor de resucitación y de liason (el término galo es muy plástico) o religación que hubo que llevar a cabo agotó (creo) una buena parte de las energías que deberían haberse dedicado a los más inmediatos presentes de alrededor. Seguimos yendo a remolque en muchas cosas. Y aun así, y con todas las meteduras de pata y los desniveles del suelo que pisábamos, remontamos. Aunque al final la gran mayoría de la gente que tuvo por entonces entre 15 y 20 años habitó luego y habita un terreno de nadie. Pagó un precio. Y no por inevitable (en apariencia), resulta justo. La historia no suele ser amable.

Es así.

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