– Todo duele, Rose Mary. Los disparos en Moscú dolían, y el estruendo de los tanques, y dolía la constatación una vez más del inevitable fracaso de la gente corriente, de nuestro fracaso también, pues tampoco Patrick y yo supimos salvar nuestro amor, no supimos elevarlo por encima de la banalidad y la vulgaridad. Entonces no sabía que nada hay más allá, y que no importa si lo hubiera. Entonces los paradigmas, como recuerdan constantemente los intelectuales, eran otros. Por lo menos, en estos tiempos nuestros ya casi nadie intenta engañar a nadie, incluso los asesinos van de frente, incluso los gobiernos sin escrúpulos y las corporaciones sin piedad van de frente. No es consuelo, Rose Mary; una generación conserva su carácter, su huella genética de nacimiento. La mía, la nuestra, de Patrick y mía, aunque más mi generación de españoles, está condenada a la frustración permanente, en bucle, a estar fuera de sitio y de tiempo en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Siempre atentos a las desapariciones que se han ido produciendo, somos los mejor preparados para acompañar a los moribundos. Cuando en el otoño de 1993, en Moscú –estábamos allí como invitados de una sala independiente, representando la adaptación que Patrick había hecho de El Rinoceronte, de Ionesco-, él me anunció su regreso definitivo a Londres al tiempo que los tanques del bárbaro Yeltsin atronaban su correspondiente anuncio de una era sin reglas, sin normas (acaso sea lo justo), no sentí sorpresa, ni por lo uno ni por lo otro. Mi corazón hipnopómpico presintió una extrapolación extraña en la que de alguna manera todos estos acontecimientos se anunciaban el día en que murió Audrey Herpburn, en enero de ese mismo año, el día 20, en Tolochenaz, tranquila población suiza, a la que nada, ni la muerte, parecería capaz de alterar ni un solo punto de su verde y apacible paisaje. Sin embargo, las corrientes subterráneas, las raíces de la orogenia, no conocen obstáculos en sus caminos y en sus formas de transmisión. Ya sabe, lector, si el aleteo de una mariposa puede causar un maremoto al otro lado del mundo, cómo no va precipitar el cambio de era la muerte silenciosa de Audrey Hepburn, imagen perfecta de la victoria sobre el dolor, sobre la adversidad, de la capacidad de la humanidad de sobreponerse a sus propias barbaries, ser híbrido, mujer-vespa y alegría del mundo, dotada del poder de la transformación y la metamorfosis, mujer-sombreros, mujer-niña, actriz por voluntad de vivir y de amar. Yo la adoraba. El mundo no volvería a ser el mismo sin ella. ¿Y si no vuelves? ¿Y si te pierdes? En mi escondite puedes quererme.
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De momento, suponiendo que no haya correcciones mediantes (quién sabe), así concluye el capítulo «No mires a los ojos de la gente», que acabo de intercalar en Pop-pins.
Como dije hace unos meses, por el momento no puedo continuar subiendo a esta plataforma los nuevos textos. Su escritura sucede demasiado lentamente como para que tenga sentido hacerlo. Pero iré dando noticia, sea cuando sea, de cómo va la redacción, y también volveré a incorporar algunos otros elementos relacionados: imágenes, canciones, vídeos.
La escritura ha terminado imponiendo su propio ritmo. Es un ritmo muy interior, muy volcánico: cada pequeño capítulo parece requerir de bastante sedimentación previa, remoción de materiales y al final, concreción, en un punto, en un movimiento de escritura breve aunque intenso (al menos para mí).
La lectura última de las partes 1 y 2 de Mi Vida, de Karl Over Knausgard (La muerte del padre y Un hombre enamorado) ha terminado por convencerme de que debo ceder definitivamente a este ritmo que la escritura exige. Hasta cierto punto, claro. No quiere decir que no vaya a procurar de ahora en adelante una mínima disciplina (toda la que la propia disciplina de los quehaceres diarios y el trabajo no literario permita). Sólo quiero decir que no puedo forzar mis capacidades y sobre todo mi resistencia de manera ilógica. Y tampoco sé muy bien cuáles de todas las obligaciones podría evitar para conseguir algunos puntos más de concentración de esfuerzos. Así que. de momento, lo que hay es lo que hay, e iremos paso a paso. Sin más.
Por otro lado, la aventura Pop-pins es un proyecto en sí mismo muy pegado a la realidad. Eso sí, construido a base de elementos absurdos y de derribo, reciclados.