Annex - Hepburn, Audrey (Roman Holiday)_05

Metamorfosis. Un concepto que atraviesa Pop-pins de principio a fin, y sobre el que versa el capítulo en el que ahora estoy metida. Este capitulo se abre con la imagen de Audrey Herpburn atravesando Roma sobre su vespa. Criatura híbrida, leve centauro femenino. La máquina que construye el perfil del mito.

Si en Franz Kafka se fundamenta en gran medida la narrativa contemporánea (no sé tanto si la coetánea) es por su concepto y desarrollo del individuo metamórfico. Creo que el siglo XX participa de una idea dolorosa de la metamorfosis, porque en su contexto forma parte de una pérdida de referencias absolutas (las que inventaron el Romanticismo y las revoluciones burguesas, confiados al imperio de la Razón – no de lo razonable), cuya desaparición necesita, como toda decepción, un tiempo de asimilación. En ese ámbito de principios absolutos, cualquier cambio conllevaba una merma de identidad. Sin embargo, todo, incluso la propia investigación científica nos inclina hoy a pensar que son, precisamente, las metamorfosis las únicas garantes de la supervivencia, y que solamente es posible mantener la transformación precisa a través de la imaginación y la hibridación (retorna la valoración del inconsciente, de la intuición, de la inteligencia emocional).

Frente a la necesidad imperante de lo aparente, de la presencia, la metamorfosis supone un predominio del discurso en casi silencio, visible sólo en muestras-iceberg fragmentarias y momentáneas, puesto que la formulación que sostiene la metamorfosis es igual que ella misma transformable, en función de todas la variables posibles en un momento y tiempo dados, y respecto a un fin determinado (ese fin puntual y posiblemente poco perdurable que tiene la misma capacidad cuánticamente transformadora que el ojo observador).

Creo que ya hemos aprendido a vivir en la desubicación (un concepto que llena de oscuridad existencial e incertidumbre, de angustia,  la literatura de Kafka). Estar desubicados ya no es no estar. Somos seres fluyentes (en la red digital, por ejemplo, donde aún terminaremos por fluir mucho más). Y somos seres ortopédicos, dependientes de las percepciones que nos procuran instrumentos todavía externos a nosotros. Instrumentos que amplían nuestros sentidos y nuestras capacidades. En nuestras manos, oídos, frentes crecen teléfonos, gafas cibernéticas, auriculares, pantallas, como crecían animales, hojas, mares desde los miembros transformados de los antropomorfos que habitan las composiciones grutescas de la antigüedad y del Renacimiento. Su transformación fue posible gracias al poder de la imaginación de la naturaleza. Pero ellos también pensaban que era otra cosa.