Saldo migratorio es uno de los capítulos que más me ha costado terminar. Decir esto no me conviene. Porque si, además no es bueno -todavía no puedo apreciarlo bien-, quedo francamente mal. Pero es algo que figura entre los riesgos que conlleva este invento del Proyecto Pop-pins.
Quiero decir, por una parte, que entiendo que la comunicación digital no sólo ha cambiado los canales, tiempos y retornos de la comunicación. Como ya he mantenido tantas veces, está transformando radicalmente los procesos de escritura (comunicación) en sí mismos. También su sentido. Una frase es su enunciado y otros muchos al unísono (tantos como conexiones sinápticas de cada uno de los lectores aparezcan, y más aún si cada uno de esos lectores realizan su propio proceso de complementar la información y añadir sus propios enunciados). Esto siempre ha sucedido. Pero el autor antes no podía contar con ello, porque no tenía posibilidad de calibrarlo sino muy posteriormente a su trabajo. Ya nunca volverá a ser así (excepto desastre apocalíptico global).
Por otra parte, la propia escritura huye consecuentemente de procedimientos narrativos discursivos lineales y diacrónicos, ordenados cartesianamente o aristotélicamente. Porque hoy ya sabemos demasiadas cosas acerca de la Relatividad absoluta y es imposible mantener enunciados herméticos e inamovibles ni siquiera un segundo, como es imposible contar una historia, o parte de una historia, sin aludir a otras muchas que fueron (y que no fueron).
Y sin embargo, seguimos narrando. ¿Cómo?
Al final, Saldo migratorio que creí en su origen un capítulo casi meramente ilustrador, se ha convertido en parte en un nudo gordiano bastante importante. No sólo por lo que acabo de explicar -qué pesada soy-, sino por la historia que cuenta Pop-pins: por la historia de esa falsa saga familiar que se extiende a lo largo de todo el siglo 20. ES más ha introducido nuevas posibilidades y líneas de trabajo, a partir sobre todo del episodio de la Bretxa de Sant Joan. O eso espero, por lo menos.
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