31 de marzo de 2013
Yo me las prometía muy felices estos cuatro días de, digamos, vacaciones. Los había previsto como días sólo de relativo descanso. Eso no me importa. Suele ocurrir. A menudo el hecho de poder escribir un rato con tranquilidad ya me resulta un regalo. Digo escribir y habría que extender el placer a la lectura «ociosa» prolongada (relativamente), o a algunas otras actividades que (me gusten o no) igualmente requieren mi atención.
Vacaciones bastante «fiascosas» han resultado, sin embargo, estas de la semana santa de este año. Cuatro días. Los dos primeros (e incluso también el anterior a las vacaciones) enterrada bajo la migraña. Nulísima actividad. El tercer día, en el que yo también «resucité» un poco -siempre tengo esa sensación de retorno, después de pasar por la migraña-, se llenó de pequeñas actuaciones domésticas, familiares, amicales (necesarias y algunas muy gratas, por cierto). Llegamos a hoy. La mañana ha sido soleada y cálida. No pensar pues en sentarse a escribir, porque mis plantas han elevado su grito mudo en demanda de las atenciones precisas que la estación reclama y que ya no pueden ser postergadas. Era un buen momento. Las actuaciones de inicio de temporada son impostergables, ciertamente, porque los ciclos naturales son exigentes e inapelables. Sólo he llegado a atender a una parte de mi elenco «planteril». Pero algo es algo. Confío en más días soleados para continuar, a ratos (llevo la vida en ratos, qué le voy a hacer).
Bien, llegamos a la tarde del domingo.
Mañana retomaré mi normal condición de asalariada, pero a mí las tardes de domingo no me pesan, me gusta dedicarlas a trabajos gratos para mi. Hoy he debido decidir volver a postergar un poco la subida de nuevos capítulos de Pop-pins, por dos razones: la primera y fundamental, porque ya urge corregir lo publicado (y enseguida explico algo más); la segunda, porque estaréis la mayoría regresando. Regresad tranquilos, regresad si no queda más remedio. Regresar, realmente no se regresa nunca, aunque lo parece.
Lo de las correcciones.
A mi, particularmente, me resulta bastante complicado controlarlo todo cuanto conlleva este Pop-pins: la historia, la no historia, la organización de la narración, lo pendiente por hacer, la documentación, etc., y además la correcta ortografía (que en alguna ocasión la olla se me va, yo lo sé, porque tengo como querencias absurdas y abtrusas, no sé…, en fin), la gramática, el sentido de lo que se cuenta -es preciso que se entienda, claro, dentro de lo que se pueda-, bueno, todas estas cosas. Por eso, como no me siento capaz del control total, le pedí a una amiga, que ya ha sido aquí nombrada, que fuera siguiendo mis pasos y corrigiendo el texto en cuanto conlleva el trabajo de un corrector al uso (ella es una excelente correctora, os lo garantizo). Total que a ella ya no le parece bien que yo siga colgando cosas nuevas sin corregir primero lo que ya está a la vista (piensa en «mi reputación», creo).
El mecanismo es el siguiente: voy colgando los textos, tal y como salen de mi teclado. Es un riesgo, lo sé. Pero dentro del «trabajo a la vista» se incluye ese riesgo, o yo quiero incluirlo. Forma parte del proceso. Sé que por tanto encontraréis algunas meteduras de pata de diversa índole. Iremos subsanándolas (algunas no podré, es decir, seré incapaz, que defectos haylos). Todos sabemos (perogrullada voy a contar) que la presencia final de la escritura llega tras un proceso y varios procedimientos. Aquí quedan a la vista algunos de ellos en su puro transcurso, como sucede en la arquitectura, o incluso en la pintura, o en las obras en general que deben trabajarse de cara al público. Es cierto que no estamos acostumbrados a hacerlo en la escritura. Cuando, sin embargo, los procesos orales, por ejemplo, lo conllevaban. Proyecto Pop-pins no es un libro. Al menos, no sólo. Y la metodología de trabajo es otra.
En fin, yo quería acabar hoy la primera corrección de dos nuevos capítulos y subirlos. Pero a ella la vi intranquila porque estén colgadas las «patazas». Así que me he puesto a corregir. Ya he revisado los cuatro primeros capítulos, según el orden alfabético. Y voy a seguir, mientras aguante mi cabeza, durante las horas que le quedan al día de hoy (con más luz por cierto la tarde, gracias al cambio horario).
Por cierto, mi terraza, cuando termine con las labores de primavera y replante, va a quedar bien chula.
Y por cierto más, como aún no tengo del todo en su lucidez mi cerebro postmigrañoso, recurro a la música barroca para centrarme y trabajar. Recomendación metodológica (Bach, Vivaldi, Marcello -ambos-, Corelli, Tellemann …): lo aprendí opositando.
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