Con varios amigos en estas últimas semanas he mantenido diferentes y similares conversaciones acerca de la brevedad y la inmediatez. Quiero decir en el hecho de escribir. Bueno a la hora de escribir, digamos, una obra, quiero decir.empo Realizar un trabajo unitario y cerrado durante y en un tiempo determinado.
Todos somos conocedores y conscientes de que los ritmos de consumo se han acortado exponencialmente (me refiero a consumir como sinónimo de gastar, de utilizar desgastando, alterando la función de lo que se consume hasta el punto de convertirlo en un deshecho, estén agotadas o no sus posibilidades). Los ritmo y tiempos de consumo se han acortado – y se han hecho mucho más superficiales, en consecuencia- impelidos por la voracidad del mercado, es cierto. Pero la voracidad del mercado está alimentada tanto por su propia hambre avariciosa, como por la ingente producción de información y la facilidad y rapidez con la que la misma se encarna en un formato (cualquiera que sea), se difunde, se digiere, se solapa de hito informativo en hito informativo, se deshecha.
De ambos factores el que más me interesa es el segundo. Porque es el que atañe directamente a las transformaciones que está sufriendo nuestra comprensión del hecho informativo, creativo (crear al fin y al cabo en los humanos es igual a re-in-formar a través de los instrumentos personales).
Respecto a la apariencia literaria de la información, o sea, respecto a la creación literaria, a la literatura comprometida con la investigación del lenguaje y sus estructuras de comunicación, la tecnología de la información está cambiando muy profundamente cualquier fenómeno que le incumba. No solo lo referente a la distribución, eso es evidente. También en todo lo que atañe a los modos de producción, incluyendo las costumbres y usos personales del propio escritor. Y no solo por lo que le puede aportar la disponibilidad de información, la facilidad de difusión, etc. Si no, lo más importante: por el cambio de sentido que se está produciendo en la actuación creativa misma.
Entre otros, estos cambios de sentido atañen al sentido del tiempo dedicado a una «obra». Incluso al sentido de esa «obra» como tal. La fragmentariedad (que no fragmentación), la inmediatez, la obsolescencia vertiginosa, la simultaneidad de ideas, éticas, costumbres, incluso tiempos histórico-geográficos -disimiles entre sí y coetáneos y coexistentes en nuestra red neuronal- producen todo eso. Ya se ha dicho en muchas partes.
No importa demasiado (en términos creativos) si un libro se transmite sobre soporte papel o se lee en un e-reader o en la pantalla de una tableta o lo que sea. Lo que importa, sobre lo que debemos reflexionar y experimentar es sobre la propia fórmula del libro como unidad de creación literaria. Eso sí que afecta y afectará al proceso de invención, apropiación, comunicación. Como ya afectó en su día cuando todo ello debió adaptarse al libro precisamente.
Y solo redundo en esta reflexión (que considero ya bastante habitual entre los inquietos) a propósito del camino Pop-pins. Quizás a Pop-pins no le convenga el libro. Quizás al menos no le convenga solamente el libro. No primero el libro.
En reflexión.
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