Cuando demos Pop-pins por inicialmente concluída (en el posterior futuro quién dice que no habrá que volver sobre todo lo que ahora deberá contar), llevará por delante este poema de Antonio Gamoneda:

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Oyes la destrucción de la madera (los termes ciegos en sus venas),

ves las agujas y los armarios llenos de sombra.

Es la siesta mortal. ¡Cuánta niñez bajo los párpados!

Como al tábano triste en el verano, apartas de tu rostro la sarga

negra de tu madre. Vas

a despertar en el olvido.

(Libro del frío)

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Ya escribí dentro de Pop-pins un capítulo efectivamente nuclear en torno al tema de la carcoma y su existencia metafórica. Pero con el paso de los meses, el paso de las cosas, el paso de las neuronas (algunas de pasos extraviados), llevaba un par de semanas anclada en la intención de retomar con ritmo suficiente la escritura, pero solo anclada, solo con la intención, porque no conseguía conjurar nuevamente el momento necesario de representación del que seguir tirando para cerrar los argumentos que cruzan Pop-pins y afrontar con garantías esta etapa (he prometido a alguien terminar).

Siempre o casi pulula por encima de las mesas de trabajo de mi casa el ejemplar de «Esta luz», la poesía reunida de Gamoneda publicada por Galaxia Gutenberg (pedazo de ediciones, normalmente). Cuando ocurre la imposibilidad de escribir a veces viene bien irse a cocinar o a adecentar plantas; otras se necesita encontrar la complicidad de alguna referencia más sabia. De entre la obra gamonediana, quizás me quedaría con el Libro del frío si no tuviera más posibilidad; por él, un tanto al azar, como se suele decir -aunque fuera verdad en este caso- abrí la poesía reunida. Al cabo de dos o tres poemas me tropecé con el transcrito arriba.  Y este poema, con su carcoma y su siesta mortal, me dio un empujón y me re-situó en la perspectiva y en la actitud que estaba necesitando para reconducir la escritura de Pop-pins. Carcoma y siesta están también ligadas en mi caso a escenas de la niñez, y además a momentos compartidos con mi abuela (como se recogerá de alguna manera en Pop-pins: saga familiar que es)

Días después de que esto que acabo de contar ocurriera, recibí una invitación para participar en un acto de homenaje que se iba a realizar a Antonio Gamoneda en Zaragoza. Gamoneda venía a visitar la Universidad de San Jorge, dentro de un ciclo organizado por el profesor Ignacio Escuín; los actos de la Universidad tuvieron extensión por la tarde en el Museo Pablo Gargallo (vísitenlo mucho, por favor, es un pequeño-grangran museo y muy bello), en ese acto de homenaje al que aludía.  Decía el correo de invitación que cada participante tendría que leer un poema de Gamoneda y un texto propio alusivo al maestro. Yo, petarda que siempre soy y que me cuesta atenerme a lo programado, leí el poema transcrito arriba y en vez de texto alusivo, conté esta misma historia que acabáis de leer: tuve la suerte de poderle agradecer a Gamoneda este minúsculo azar, que habrá ocurrido en la galaxia literaria millones de veces y que normalmente nunca contamos

( de todas formas, mucho mejor que esta fue la historia contada por el poeta y narrador Ángel Gracia, que yo no repetiré porque es suya)