Aunque en no mucha mayor proporción que otros días, estos últimos (el fin de semana pasado especialmente) han proliferado las reflexiones sobre la Guerra Civil. A mi no me parece mal. Ni las alusiones de estos días ni las que siempre van apareciendo. Y también entiendo que dichas alusiones y reflexiones hayan de hacerse según puntos de vista y perspectivas (independientemente de que yo esté en desacuerdo con una parte de ellas, claro).

Digo esto porque el embrión de Pop-pins también se sitúa en la Guerra Civil. En realidad un poco antes. Aunque el hecho que desencadena el paradójico argumento de la novela (al menos para mí lo va siendo: paradójico, digo) ocurre en la Guerra Civil.  Y tal hecho, como realmente todos sabemos sucedió en muchas familias, marcó -aunque ella lo ignorara- el devenir de la historia de la protagonista Helia Alvárez (incluso ya después de la dictadura, o victoria interminable: es mi punto de vista, y conviene decirlo) y su familia.

Otra novela más sobre la guerra civil, que diría Isaac Rosa (acertado título -y acertada obra- que le dará al autor larga presencia entre críticos y cronistas cada vez que hablen del tema). Otra novela más … Bueno. Ya se sabe que los historiadores cifran en casi 100 años (si no estoy equivocada) los que son necesarios que transcurran para llevar a cabo por parte de la sociedad la asunción  total de un acontecimiento tan indigesto como una guerra civil. El rechazo por hastío o político interés, tantas veces esgrimido, a revisar y reconsiderar los acontecimientos acaecidos (dolorosos, cierto, ¿cómo van a ser si no?) forma parte, a mi modo de ver, de la misma inercia con la que la sociedad evita todo aquello que obliga a abandonar la cómoda superficialidad en las relaciones grupales: porque un episodio tan grave de nuestra historia, que extiende su alcance en el tiempo tan largamente (hacia atrás y hacia delante, e ignorarlo no sólo es de cómodos sino de interesados necios), nunca terminará seguramente de ser suficientemente explorado,  tanto en sus hechos esenciales como en sus multiplicadas derivaciones  sociales y personales. Sobre todo porque a la guerra civil no siguió un sistema político que persiguiera un plan de reintegración y reconstrucción de la convivencia. Siguió una larga victoria cruelmente excluyente (no hay texto que resuma esto de manera tan exacta como el final de «Las bicicletas son para el verano», de Fernán-Gómez: no ha llegado la paz, ha llegado la victoria, se dice más o menos).

En realidad Pop-pins, por lo que llevo escrito, por lo que está planificado, por lo que va saliendo al hilo, siente sobre todo querencia por contar hasta dónde alcanza el daño de esa larga travesía de exclusión. No es un texto sobre la guerra civil. Es un texto sobre la amputación. Y también sobre los que se vieron conminados a desertar de sí mismos.

Creo que por eso he sentido una gran empatía:

por un lado, con el artículo (Certezas y conjeturas)  firmado por Manuel Longares en el ABC Cultural del pasado 16 de julio, del que entresaco los párrafos de inicio y final:

«Nací siete años después del pronunciamiento militar del 17 de julio de 1936, por lo que no viví aquello ni la Guerra Civil en que derivó. Con la naturalidad del que no está acostumbrado a otra cosa encajé en el panorama de posguerra y solo al compararlo con lo que vino luego revisé mis impresiones. Nuestra generación, por ejemplo, consideró un ingrediente del paisaje las tertulias de mutilados que vendían lotería o chucherías en las plazas y a los que el transporte público reservaba un asiento…»

«Desde una perspectiva literaria, no existía otra solución para los que descubríamos tarde el depósito de vivencias infantiles. Esta generación mía que se hizo adulta en su niñez y que solo en la madurez logró enterarse de su pasado, recuperaba a deshora la sensibilidad por aquello de lo que fue testigo abúlico o ignorante. Y porque la literatura no debía afrontar con las mismas armas que la Historia el acontecimiento capital de la España del siglo XX, una vez aseguradas las certezas por los especialistas, era el momento de que las conjeturas de la ficción contribuyesen al esclarecimiento de la realidad».

y por otro con la visión que acerca de los desertores expone en su también artículo («Kiwis» y desertores) Rafael Reig:

«No se trata de quienes se pasaron de bando, sino de auténticos desertores, los malos de la película, los que huyeron como pudieron, por miedo, por cansancio, por convicciones religiosas o pacifistas, por ganas de volver a casa, porque no aguantaban ni un minuto más».

Pop-pins es un texto en construcción abierta y va incorporando muchas cosas mientras dura el trabajo: no es un plan cerrado; esto lo complica todo un poco. Pero – no sé bien cómo explicarlo-: la escritura está así en contacto permanente con lo que la rodea ahora mismo. Todo lo contrario de lo que una vez creo que le oí a Vargas Llosa (se me entienda), acerca de no recibir influencias mientras escribía . Todo lo contrario. Lo que nos rodea me ayuda a encontrar sentidos y claves dentro del plan (más o menos) ideado de trabajo. Y estos dos artículos lo han hecho y de una forma u otra van a ser incorporados a Pop-pins.