Si se cumple el dicho y/o desiderata de que todo lo que cuesta al principio, en su arranque, termina resultando bien, o mejor, Pop-pins tendrá que ser la bomba. Eso me anima aún, a pesar de todo. Aunque me genera el problema de qué hacer con esa bomba futura. No lo pensaré, por ahora. No me cuesta no pensarlo, porque apenas siento el cerebro. Enladrillado.

Sigo, seguimos encadenados al horario hospitalario. Al ritmo atemporal de la enfermedad. La enfermedad es una transformación más de la materia, la victoria del caos (aunque no estoy segura). Pero el ritmo hospitalario es una cuadrícula. Orden monástico, imperiosa lógica, inamovible preceptiva para vencer al caos. Esa guerra se lo lleva todo. Esa guerra nos aplasta. El hospital es abdución. La vida desaparece (paradójicamente). Al menos, a mi me sucede. No me deja respirar. Me enladrillo. Supongo que para resistir.

Me enladrillo y no puedo vivir. Tampoco escribir. Planifiqué el comienzo de Pop-pins después de algunas vicisitudes. Decidí iniciar Pop-pins pensando en el verano y en la disponibilidad de  tiempo para escribir. Pero la vida se empeña en poner cuesta arriba cualquier proyecto literario que emprendo. Será el sino de este tiempo. Seré yo.

De todas formas voy encontrando huecos para respirar, a pesar del hospital. A pesar del trance familiar. Y lo cuento -aunque no me guste mucho- porque este blog debe traslucir aquellas circunstancias que se vinculan al crecimiento de Pop-pins. Y esta lo es en alto grado. Se vincula a su no crecimiento por el momento. Aunque encuentro ya poco a poco momentos para la reflexión. Hago pequeños guiones. Ahora ya también algunos días en el hospital, mientras desempeño mis tareas de cuidador. Y lo hago con convencimiento: ambas cosas.

Ya he contado que mantengo en el hospital largas conversaciones en un lenguaje de códigos regidos por el caos. Como la enfermedad. Lenguaje por contacto. Lenguaje que genera sipnasis nuevas para suplir las conexiones que se han olvidado. Lenguaje con múltiples elipsis. Con admirables sobreentendidos. Y a pesar de la dieta líquida de mi cerebro, me he dado cuenta de que los pop-pins deberían de mantener entre ellos una relación basada de alguna manera en ese tipo de codificación. Cada pop-pin tendrá muchas patitas que buscará las patas de otros pop-pins, a tientas. Como pequeños sónares entrelazados. Y esto es una afinación de la descripción que ya hice del funcionamiento de los pop-pins como unidades de contenido.

Estoy en el pop-pin llamado Google Street. Este pop-pin tiene como escenario la calle barcelonesa -Felipe II, es importante el nombre-  en los años sesenta. Aunque sigue teniendo que ver con Proust, el pop-pin, no Felipe II, ni la calle.